Nos convencemos de que
la vida será mejor después de cumplir los 18 años, después de encontrar pareja,
después de conseguir un mejor trabajo, después de tener un hijo, después de
tener otro...
Entonces, nos sentimos
frustrados porque nuestros hijos no son lo suficientemente mayores, y pensamos
que nos sentiremos felices cuando lo sean. Después, nos lamentamos porque son
adolescentes difíciles de tratar; ciertamente, nos sentiremos más felices
cuando salgan de esa etapa.
Nos decimos que nuestra
vida será completa cuando a nuestra pareja le vaya mejor, cuando tengamos un
mejor coche o una mejor casa, cuando podamos ir de vacaciones, cuando estemos jubilados…
La verdad es que no hay
mejor momento que éste para ser felices. Si no es ahora, ¿cuándo?
Una de mis frases
favoritas es de Alfred de Souza:
“Por largo tiempo
parecía para mí que la vida estaba a punto de comenzar, la vida de verdad. Pero
siempre había un obstáculo en el camino, algo que resolver primero, algún
asunto sin terminar, tiempo por pasar, una deuda que pagar; entonces la vida
comenzaría. Hasta que me di cuenta de que estos obstáculos eran mi vida”.
Esta perspectiva me ha
ayudado a ver que no hay camino a la felicidad: la felicidad es el camino.
Debemos atesorar cada
momento, mucho más cuando lo compartimos con alguien especial, y recordar que
el tiempo no espera a nadie.
No esperes hasta
terminar los estudios, hasta retomar los estudios, hasta bajar diez kilos,
hasta tener hijos, hasta que tus hijos vayan a la escuela, hasta que te cases,
hasta que te divorcies, hasta el viernes por la noche, hasta el domingo por la
mañana, hasta la primavera, el verano, el otoño o el invierno, o hasta que mueras,
para aprender que no hay mejor momento que éste para ser feliz.
“La felicidad es un
trayecto, no un destino”
Trabaja como si no
necesitaras dinero, ama como si nunca te hubieran herido y baila como si nadie te
estuviera viendo…
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